
Desde antes de subirnos a la furgoneta teníamos bien claro cuales iban a ser los principios fundamentales en los que basar nuestros cuatro días de convivencia en Francia. Estos no eran otros que interactividad, versatilidad, sentido común y mentalidad abierta. En mayor o menor medida cada uno de nosotros iba a hacer acopio de alguno de ellos a lo largo de esos inolvidables cuatro días.
Alrededor de las 9 de la mañana del pasado jueves estábamos listos y preparados para comenzar un largo viaje que nos llevaría hasta París. La furgoneta de Caixa Galicia nos esperaba aparcada enfrente del colegio y los seis pasajeros nos subimos en ella con la esperanza de que nos llevase lo más rápido y cómodamente posible a nuestro destino: París. Valentín y Félix iban a alternarse al volante todo el viaje mientras que el resto de la lista de pasajeros la completarían Fran, Suso, Álvaro y Cristian.
Como en todo viaje empezamos muy animosos, hablando, disfrutando de la música que en un principio corrió a cargo de Cristian como copiloto hasta que Valentín decidió cesarle en sus funciones para que Félix, ocupando su lugar, nos pusiese otro tipo “audiciones” más espirituales…alguno aprovecho para empezar a dormir. Entretanto, Fran aguardaba su momento para demostrar sus conocimientos arquitectónicos de París, Suso nos contaba sus anécdotas en el extranjero, Álvaro nos aportaba su sabiduría sobre cualquier tema que se tratase y Cristian mostraba su interactividad con su móvil conectándose a Internet y ofreciendo a toda la furgoneta la posibilidad de hacerlo hasta que la batería dijo “basta” dificultándole seguir luego el partido del Oviedo.
Tras alguna parada para comer, descansar y hacer las necesidades que surgen en todo viaje…llegamos a París alrededor de las 10 de la noche. Al poco de entrar en la ronda parisina varios policías nos adelantaron con un amago de mandarnos parar, pero esto no sucedió, en realidad nos estaban esperando para escoltarnos hasta París y evitar así tener que retrasarnos con el denso tráfico. Está claro que Valentín pidió ayuda a sus amigos del Ritz con los que había hablado previamente en la furgoneta diciéndoles que iba a pasar unos días en París (es evidente que no les dijo en que condiciones…).
Una vez llegamos al hotel, dejamos la furgoneta en el parking y subimos a las habitaciones. Eran dobles así que teníamos que decidir que dos personas iban a ocupar cada habitación. Al final Valentín y Suso, Fran con Álvaro y Félix con Cristian fueron las primeras decisiones de la convivencia. Tras esto fuimos a dar la primera vuelta de reconocimiento por la ciudad del Sena (por citar uno de los múltiples nombres por los que es conocida), decidimos que la primera visita no podía ser otra que la Torre Eiffel, símbolo de la capital de Francia por excelencia, una magnifica torre diseñada por Gustave Eiffel con motivo de la Exposición Universal de París en 1889. Una obra arquitectónica perteneciente a la arquitectura del hierro que no deja indiferente a nadie, bueno, salvo Echeve, que la definió como “un amasijo de hierros”, una definición que tuvimos muy presente cuando nos hallábamos frente a ella.

Tras impresionarnos con la belleza de la Torre Eiffel volvimos al hotel, al igual que en el viaje de ida nos tocó pasar por la rotonda del Arco del Triunfo, un caos circulatorio ya que no tiene líneas que delimiten los carriles y la gente tiene que conducir con la única referencia que le dan los espejos. ¡Un auténtico peligro!
Volvimos al hotel, sin mayores dificultades, para pasar nuestra primera noche en París. Estábamos cansados así que, para la mayoría, fue muy fácil dormir…salvo para los que teníamos el termostato de la habitación a 30º. Que diferencia con Peñafiel, ¿verdad, Félix?.
A la mañana siguiente desayunamos unos croissants y un café en una cafetería dónde empezamos a mentalizarnos del día de caminatas que nos iba a tocar vivir para conocer París. Mentalidad abierta era el principio que nos tocaba asimilar, debíamos de sacrificarnos un poco para poder disfrutar de esta maravillosa ciudad. Nos dirigimos al metro al terminar el desayuno, nuestra primera parada iba a ser La Defense, o lo que es lo mismo, la zona más modernista de París, en la cual hay rascacielos muy originales y llamativos. Tras ver varios edificios empresariales que tocaban el cielo, llegamos al famoso “cubo” en el que finaliza lo que se denomina el “eje de París”. Una línea horizontal que nace en el museo del Louvre, pasa por la Plaza de la Concordia, sigue por el Arco del Triunfo y finaliza en esta obra del Art-Nouveau.

Tras la valiente acción de Félix nos bajamos en el centro de París dispuestos a seguir viendo los impresionantes monumentos que esta maravillosa ciudad nos ofrecía, le tocó el turno al Arco del Triunfo, que ya habíamos visto la noche anterior pero sólo de pasada. Fue el momento en el que Suso mostró su desagrado porque le habían dicho que Napoleón había inscrito como ganada la batalla de Arapiles (Salamanca) entre sus triunfos cuando jamás había ganado esa batalla. Por fortuna, llegados al Arco comprobamos que dicha batalla no estaba inscrita, así que Napoleón se libró de sufrir la ira del mas ilustre de los salmantinos del Colegio Mayor Peñafiel.
Dejando el Arco del Triunfo por visto, nos dirigimos hacia la Torre Eiffel para ver su grandiosidad de cerca, Echeve nos había dicho que no era mas que “un amasijo de hierros” pero pudimos comprobar que era algo mas que eso, era un “MONUMENTAL amasijo de hierros”. No nos decidimos a subir porque, en palabras de Cristian “había que caminar mucho” tampoco le parecía una buena relación calidad-precio a Félix pagar 14 euros así que nos limitamos a verla desde abajo y hacernos las míticas fotos que todo el mundo se hace desde el Campo de Marte, que no era más que “un amasijo de praos” sin la elegancia que algunos nos esperábamos.
Fdo.: Cristian P.